Grandes extensiones áridas y semiáridas del desierto chihuahuense ofrecen al espectador un paraje lleno de fuerza e imágenes duras, que reflejan las condiciones extremas de la flora y la fauna, tan necesitadas una de otra para sobrevivir.
El paisaje seco, bajo un sol ardiente, se torna brillante y colorido al asegurarse la vida con un poquito de agua, que los escasos temporales regalan a la tierra.
Los primeros pobladores, nómadas, cazadores y recolectores, cruzaron desde hace 3000 años estos territorios.
Tribus como los Borrados, Rayados, Pachos, Laguneros e Irritilos, vivieron en el sur de Coahuila.
Motivados por cuestiones de espiritualidad, de marcar sus territorios, de orientación y por qué no, de gusto, dejaron huella de su paso por estas tierras, grabando sus impresiones en las rocas de las sierras que alzan majestuosas sus picos en el horizonte.
Los petrograbados o petroglifos están ahí, como testigos mudos de ello; chamanes, cornamentas de venado, arcos y flechas, soles, líneas, actividades como una batalla o incluso un rapto, nos hablan de eventos y sucesos cual páginas gigantes de un libro épico.
Nos maravillan e impresionan solo de imaginarlos, sentados sobre una roca, contemplando el paisaje al atardecer, picando la piedra, grabando sus imágenes para registrar desde una cacería hasta sus ideas cosmogónicas o quizá, el último viaje alucinante con los dioses.
Jan Kuijt, Fotógrafo.